Yo no soy racista, pero…

La generosidad y la solidaridad es lo que más grandes hace a los pueblos porque contribuyen a conformar la verdadera identidad de un país que permanecerá a lo largo del tiempo. Mucho más que las campañas de imagen como la fallida acerca de la «Marca España» debido a su impostura.

En los últimos dos años se ha disparado el número de refugiados y desplazados en el mundo y han empezado a llegar a Europa, donde se esperan 900 mil en 2015. Se trata de la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

Ha sido necesario que las imágenes del horror entraran en nuestras casas para que se tomara conciencia de una realidad que no ha dejado de estar presente en la construcción de nuestro mundo: las guerras siempre han causado estragos y, lamentablemente, no hay perspectiva de que acaben a corto plazo.

Pero, hasta ahora, el problema era de otros, estaba en países lejanos. Sin embargo, en los últimos años el Mediterráneo se ha convertido en una tumba para miles de refugiados que intentan acercarse y compartir nuestra libertad.

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En nuestro país, en nuestra ciudad, como en la mayoría de países y en muchas ciudades europeas, se están produciendo movimientos de solidaridad, aunque también existen actitudes xenófobas que se oponen a la acogida de refugiados. Se trata de una solidaridad emocionante, pero también de un egoísmo indignante quizás alimentado por el miedo al otro, por la desconfianza y, también, por la mezquindad con la que los gobernantes y poderosos imponen sus criterios y su modelo de vida deshumanizado.

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Un año más, Vacaciones en paz

Se dice que la solidaridad es la ternura de los pueblos y, en este caso, es así sin ningún lugar a dudas. Las madres, los padres, los hermanos, las hermanas, las familias integran a los niños y niñas en su entorno en condiciones de normalidad y se ocupan fundamentalmente de sus revisiones médicas, atendiendo a sus posibles problemas de salud y, sobre todo, a facilitarles una alimentación adecuada que compense la insuficiente dieta a que están acostumbrados. Un tercio de los niños y niñas que vive en los campamentos sufre desnutrición crónica, según estimaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Un año más cientos de niños y niñas saharauis llegan a Andalucía y a otros lugares de España para ser acogidos durante dos meses por otras tantas familias que, de este modo, logran rescatarlos de las duras condiciones de vida que soportan en los campos de refugiados del desierto argelino en la provincia de Tinduf.

Son sus vacaciones en paz. Un proyecto humanitario puesto en marcha por las Asociaciones de amistad con el pueblo saharaui en colaboración con la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) que pretendía, inicialmente, alejarlos del conflicto armado que mantuvieron hasta 1991 con Marruecos, que invadió y ocupó el Sahara Occidental en 1975.

Un año más, Vaciones en pazHoy, cuarenta años después, se trata, sobre todo, de acogerles durante el verano para que puedan disfrutar aunque sea provisionalmente de unas condiciones de vida mínimamente dignas. De esto se ocupan aquí, en Motril y en su comarca, las más de cincuenta familias que durante los últimos años procuran hacer felices a estos niños y niñas.

Después de 24 horas de viaje, primero en camiones por el desierto hasta Tinduf, luego  en avión desde Argelia a Málaga para llegar en autobuses hasta Granada y, nuevamente, en buses arribar a su lugar de destino en Motril, Salobreña, Molvízar, Torrenueva, Carchuna y Calahonda.

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El Fin del Verano

Aichatu Buyema Daiham llegó a nuestra casa el 28 de junio para pasar el verano con nosotros.  En Paz.

Llegó cansada después de un largo viaje desde el campamento de El Aaiun, en los campos de refugiados de Tinduf, donde desde hace más de 35 años sobreviven en el desierto argelino cerca de 150.000  hombres, mujeres y niños.

Aichatu llegó a Granada con otros 120 niños y niñas saharauis de entre 8 y 12 años para ser acogidos por otras tantas familias dentro del programa Vacaciones en Paz que desde hace años vienen organizando las Asociaciones de Amistad con el Pueblo Saharaui.

Aichatu llego cansada, despistada y triste. Quería volver al Sáhara. Añoraba a su gente. Lloraba bajito.

Sáhara Libre

Hoy ha vuelto a casa, feliz, radiante, sin mirar atrás, entusiasmada por volver a El Aaiun  con su familia y con sus amigas y amigos saharauis, donde entregará sus regalos mientras festejan su vuelta reunidos en su jaima, preparando y bebiendo el té, entonando canciones con bailes y palmas, riendo felices.

Para nosotros es el fin del verano.

Aichatu estaba feliz por volver al territorio inhóspito donde vive en unas condiciones hostiles porque allí está su casa, su pueblo, un país provisional construido con la dignidad de hombres y mujeres libres que no dejan de luchar cada día, sobreviviendo para volver a su tierra ocupada. Un pueblo que no ha renunciado nunca a soñar con el mar azul de Dajla y de Bojador en las noches de oscuridad violenta de la hammada argelina, el peor de los infiernos.

Durante estos dos últimos meses, hemos sido felices compartiendo con Aichatu nuestras vidas, disfrutando de sus ganas de vivir, de su alegría, de su curiosidad, de su capacidad de aprender con naturalidad, de su facilidad para adaptarse a nuestras costumbres y a nuestras maneras.

Hemos procurado que Aicha fuera feliz entre nosotros y que se llevara, sobre todo, un sentimiento cierto de que aquí siempre tendrá una casa, una familia, amigos y amigas, un país, si quiere.

Acoger en casa a Aichatu durante estos meses no ha resultado difícil, no ha sido costoso. El apoyo de los amigos y de las amigas, el cariño y la cercanía de otros niños y niñas, la actitud abierta y comprensiva de la gente de nuestro entorno ha facilitado las cosas. La solidaridad a veces se extiende con generosidad en los pequeños gestos, calladamente, sin altisonancias. Cada vez más, las posibilidades de intervención  para procurar modificar lo indeseable, lo injusto socialmente, están en lo que puede parecer insignificante, en lo  más cercano.

Eso sí, hemos recuperado forzosamente algunos territorios de la infancia: espacios de juegos infantiles, horas de merienda, bicicletas,  rituales de paseos, helados y chucherías… Pero sobre todo, hemos disfrutado del sabor de la ternura.

Aichatu quizás vuelva el año que viene. Quizás no. Quizás sobreviva un año más junto a su pueblo, esperando una solución política a una situación injusta que se prolonga penosamente. Quizás no.

Quizás vuelva con ese  sentimiento amargo de que la solidaridad, en su caso, más que la ternura de los pueblos es un compromiso material que tenemos por nuestra indecente responsabilidad con el destino de su pueblo.

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