Colliure, 2017

Recordé sus últimos versos: Estos días azules y este sol de la infancia.

Debería ser una visita obligada, la tumba de Antonio Machado en Colliure. Yo fui más tarde de lo que debía, seguro. Pero, al final del verano pude acercarme, visitar la tumba del poeta y su madre, doña Ana, y pasear por esa pequeña ciudad francesa que le acogió ya moribundo, vitalmente derrotado.

Quise imaginar su tristeza, la inmensa desolación que posiblemente le invadiera en aquellos días de febrero de 1939. Quise sentirme orgulloso de su dignidad y de su grandeza de poeta.

Recordé sus últimos versos: Estos días azules y este sol de la infancia.

Troppo Mare. El viajero

Poema de Javier Egea (Granada 1952-1999). Troppo Mare. El viajero, III.

Pretendieran tus ojos estos mares felices,

esta orilla encendida.

Pretendiera esta luz tu corazón viajero.

[Javier Egea. Troppo Mare. Isleta del Moro, 1980.

Esdrújula ediciones]

Buena suerte

Felipe Benítez Reyes

La estricta observanta. FBR. Interrogante editorial

La enfermedad y la muerte

respetaron el tiempo de tu juventud.

Esa fue tu fortuna.

Los años enrarecen, no obstante,

las fortunas abstractas:

un hombre envejecido

viene a ser un intruso en los espejos.

También ante sí mismo:

el extraño llegado de repente.

Ganaste cuanto te tocará perder:

la nada irá exigiendo su equilibrio.

Que cada cual se entienda como pueda

con su ilusión de tiempo.

Que cada cual sea dueño de su fase de fuga.

Buena suerte.

[Felipe Benítez Reyes, Desde la nueva era. En las Identidades, 2013, Visor Libros.]

Los días venideros

[Un asunto personal]

Durante siete días he sido un habitante más del Hospital Básico General de Motril; aproximadamente 180 horas de estancia hospitalaria, casi todas ellas en la habitación 523 en la que me he ido recuperado, poco a poco, de un ‘fallo de sistema’.

No puedo decir que el tiempo haya pasado lentamente, ni que los días se me hayan hecho cuesta arriba: la urgencia por recuperarme, la rutina hospitalaria, la mejor compañía siempre a mi lado (tú) y el reguero del cariño constante de amigos y personas cercanas me han llevado de la mano hasta este #Día8 en el que he vuelto a casa.

Como digo, he ido mejorando poco a poco, haciendo las trampas adecuadas; al menos eso creo: mirando sólo a lo inmediato, a lo más próximo y cercano; posponiendo pesares y compromisos pendientes, aplazando deberes y renunciando a pensamientos trascendentes.

enfermedad

Durante estos #7 días he podido leer tranquilamente, rescatando antiguas sensaciones de lecturas de infancia y adolescencia, cuando la enfermedad tenía el aliciente de abrir un espacio inesperado a la lectura reposada, lenta y sin urgencias aunque, en ocasiones, febril. Cuando nos permitía disfrutar con delectación de historias complejas y adictivas, de contenido denso casi siempre, y detenernos en lenguajes prodigiosos creyéndonos pioneros mientras se afianzaba la creencia de que la única amante fiel en nuestra vida sería, siempre, la literatura.

La lectura tranquila y placentera se ha extendido, también, a las pantallas, picoteando con otro sentido, dejándome llevar por el lenguaje hipertextual, y seducir por el placer de la navegación a veces errática, sin condiciones y, sobre todo, sin el síndrome ansioso de las actualizaciones de Google Reader. ¡Ay!.
De este modo encontré una entrada conmovedora de Jordi Guillumet en Facebook, con motivo de la desaparición de Pere Formiguera, fotógrafo, creador, artista que me llegó a través de  Judith Gallimó .

El recuerdo se ilustraba, con inteligencia,  acierto y  sensibilidad, con un poema de Salvat Papasseit que resultó como una señal que vino a conformar mi actitud durante esos días de enfermedad. Y quizás (ojalá) de todos los siguientes.

En una traducción al castellano, torpe y sin pretensiones, reproduzco alguno de sus pasajes:

LA AÑORANZA DE MAÑANA

Ahora que estoy en la cama
enfermo,
estoy bastante contento.
– Mañana me levantaré quizás,
y esto es lo que me espera:

Unas plazas relucientes de luz,
y maceteros repletos de flores

bajo el sol,
bajo la luna al anochecer;
y la chica que lleva la leche
despreocupada,
con su delantal
bordado con encaje de bolillos,
y su risa fresca.
…/..

Y el cartero,
que si pasa y no me deja carta me angustia
porque no sé el secreto
de las otras que lleva.
…/..

Y las mujeres del barrio,
madrugadoras,
que van deprisa al mercado
con sus cestos amarillos,
en los que a su vuelta
sobresalen las coles,
y en ocasiones la carne,
y a veces cerezas rojas.
../…

Y toda la chiquillería del vecindario
ruidosa porque será jueves,
y no irán a la escuela.
…/..

Y el vino, que hace tantos días que no bebo
…/..

Y vosotros amigos,
porque me vendréis a ver
y nos miraremos felices.

Todo esto me espera,
si me levanto,
mañana.

Si no pudiera levantarme,
nunca más,
esto es lo que me espera:

– Vosotros quedaréis,
para ver lo bueno que es todo:
y la Vida
y la Muerte.

#Dia 8

Ahora ya en casa, me despierta el alba para que oiga amanecer: el rumor del mar en la playa cercana, el zureo de las palomas, la algarabía de los jilgueros, el silencio de las ranas en las charcas repletas; los sonidos discretos del trasiego en este lugar casi apartado.

El mar, la mar

Ahora ya es mañana y me enredo en su añoranza y sus perfiles, dejando de lado hábitos fútiles y orillando innecesarios estados de ansiedad. Dispuesto a transitar por la bondad de los días venideros.

La vida a veces

Carlos del Amor es un periodista singular que escapa a todos los perfiles, un enviado especial a la vuelta de la esquina, según él mismo dice. Me gusta. Siempre me han gustado sus piezas breves, inteligentes y originales, como islas imaginadas en medio de los tonos grises de las noticias del Telediario. Le reconozco, sobre todo, su capacidad para extraer de un gesto, de un color, de una actitud, de una mirada, una noticia, una crónica diminuta sobre un personaje, un evento cultural o un acto cotidiano.

En estos días, Carlos del Amor anda promocionando su primer libro, La vida a veces, un libro de relatos, de historias singulares, que presentó hace algunas mañanas  en el programa de Pepa Bueno y Gemma Nierga, en la SER. El libro toma el título y comienza con ese poema de Gil de Biedma que, a pesar de su grandeza, yo no tenía en el recuerdo.

Como lector de pequeñas dosis de poesía, admiro los poemas de Gil de Biedma y vuelvo a su lectura recurrentemente, como sólo se hace con aquellos textos que, sean poemas o relatos, tienen la hondura precisa para hacerlos atemporales.

El poema, leído por la voz acariciadora de Carlos del Amor, atenúa el sentido de unos versos demoledores.

La vida, a veces

“La vida a veces”

La vida a veces es tan breve
y tan completa que un minuto
– cuando me dejo y tú te dejas –
va más aprisa y dura mucho.

La vida a veces es más rica.
Y nos convida a los dos juntos
a su palacio, entre semana,
o los domingos a dar tumbos.

La vida entonces, ya se cuenta
por unidades de amor tuyo,
tan diminutas que se olvidan
en lo feliz, en lo confuso.

La vida a veces es muy poco
y tan intensa -si es tu gusto-
Hasta el dolor que tú me haces
da otro sentido a ser del mundo.

La vida; luego, ya es nosotros
hasta el extremo más inmundo.

Porque quererse es un castigo
y es un abismo vivir juntos.

Jaime Gil de Biedma

Dulce amante olvidada

Racimo
Racimo. Isabel Cáceres

Como el azahar invades

el espacio que ocupa

la intersección de tu ausencia.

En cada primavera vuelves

el aliento otoñal,

la risa alborotada y carnal.

Como la vid y el trigo acudes

al esplendor vagabundo que cosecho.

Como el olivo y la encina enraízas

ámbar y arena que cultivan

el latido de mi abrazo venidero.

En cada nuevo beso estás.

En su pecho floreces.

En sus labios brotas.

En su ausencia emerges.

En el aroma de su vientre encuentro
tu identidad primera.

Y vuelves.
Dulce amante olvidada