Debería ser una visita obligada, la tumba de Antonio Machado en Colliure. Yo fui más tarde de lo que debía, seguro. Pero, al final del verano pude acercarme, visitar la tumba del poeta y su madre, doña Ana, y pasear por esa pequeña ciudad francesa que le acogió ya moribundo, vitalmente derrotado.
Quise imaginar su tristeza, la inmensa desolación que posiblemente le invadiera en aquellos días de febrero de 1939. Quise sentirme orgulloso de su dignidad y de su grandeza de poeta.
Recordé sus últimos versos: Estos días azules y este sol de la infancia.
Reblogueó esto en Vitácora del Alma – (con V de Vida).