Viajar a Senegal en las circunstancias que lo hacíamos nos iba a brindar una oportunidad única de conocer a la gente de un modo natural, sin necesidad de imposturas. Y así fue. El viaje encontró todo su sentido en el contacto y la relación con las personas: el verdadero tesoro de Casamance es su gente, su historia diaria, cotidiana, conformada por sus difíciles condiciones de vida, por su empeño en vivir y, también, por su situación geopolítica.
En África cada persona es un mundo, una pequeña historia que se entreteje con la de los demás: ‘unirse con el otro en ese plano tan distinto que a menudo se resiste a ser verbalizado y definido, pero cuya excelencia y valor presienten todos, instintiva y espontáneamente.’
En el continente africano la persona privada, particular, el individuo, no existe; sólo cuenta como parte de éste u otro linaje. Cuando se encuentran dos desconocidos, en su saludo se facilitan los detalles de su origen y definen sus raíces. A través de ese intercambio de información que se prolonga durante largo rato intentan averiguar lo que les une o lo que les separa. Son presentaciones circulares que revelan un fuerte sentimiento de pertenencia.
Al llegar a Casamance las sensaciones, las imágenes primeras, los ritmos musicales no toman forma definitivamente hasta que no se relacionan con la gente que los provoca. Luego explotan. Al final, a través de ellos, se fijan los colores, los sonidos y las percepciones: los hombres de poderosa belleza, If, Juan, Def, Original, Romeo, Cherif, Papis, Ambrosio, Maiuja, Bakardi, Waku, Michel Djabone, Maxim, Tsich, Jean Pierre…; las mujeres de divinidad femenina y majestuosa, Djminga, Elisabeth, Evelyne, Adama, Bernardette, Aligne…; los niños de espontánea y cercana inocencia, Adelle, Momi, Jean Charles…
La admiración que nos provocan hombres, mujeres y niños quizás tenga que ver con su tenacidad por vivir, con su vocación de supervivencia y con la íntima y orgullosa satisfacción que transmiten de sentirse eternamente vinculados a los suyos alrededor de la extensa familia y del clan. Todo ello cohesionado por sus creencias y acompañado de música, ritmo y danzas rituales como elementos esenciales y espontáneos en cualquier acontecimiento social.
Senegal, Casamence, son sus gentes, su música y sus danzas como forma de expresión vital de sentimientos, pasiones y anhelos.
Ejercicios cotidianos de supervivencia
Más acá de las hambrunas y de los dramas humanitarios, la vida de los hombres, de las mujeres y de los niños en Casamance se desarrolla en condiciones difíciles, en muchos casos precarias, que procuran sortear con ejercicios diarios y cotidianos de superviviencia.
En muchas viviendas sigue sin haber agua corriente ni electricidad ni por supuesto sanitarios. Cualquier leve enfermedad supone la necesidad de un desplazamiento al hospital de Ziguinchor y unos gastos que prácticamente nadie puede permitirse (el salario medio mensual es de 60 euros aproximadamente), además de una asistencia basada en protocolos kafkianos. No es extraño, por lo tanto, encontrar a muchas personas mayores postradas semidesnudas en el interior de las casas entregadas a la fatalidad y esperando nada.
Las mujeres padecen de un modo singular la precariedad. Postergadas a un segundo plano que les permite pocos protagonismos más allá de los domésticos o en las fiestas y ceremonias rituales, son las que resuelven las tareas y los quehaceres cotidianos de la vida, las que asumen las labores más penosas. Quizás por ello, en África las mujeres sean prematuramente jóvenes, de belleza esplendorosa pero también de deterioro mucho más temprano. Ser mujer sigue siendo una tragedia en demasiados sitios de la tierra.
África tiene un camino por recorrer en sanidad, educación, en desarrollo, en convivencia, en igualdad, en ciudadanía y quiere hacerlo aunque sea a trompicones; un camino que las sociedades occidentales parecen estar empeñadas en desandar.
La mala conciencia del Toubab
Por distintos lugares quedan señales y rastros de lo que fue la activa cooperación española con Senegal. En su momento fue una ayuda interesada, reactiva, como respuesta en su momento a la masiva llegada de cayucos a las costas españolas, que se concretó en actuaciones en infraestructuras, en potabilización y distribución de agua, en educación, en proyectos de fomento de la actividad empresarial, de apoyo a la inversión, etc. Una cooperación que va reduciéndose a mínimos por efectos de la recurrente crisis y que difícilmente se recuperará a no ser que los mercados desvelen su rentabilidad económica. Una visión estrecha y torpe, cortoplacista, que pretende aplicar un modelo perverso a la cooperación, a la sostenibilidad y a la responsabilidad empresarial y que, a poco que nos descuidemos, aplicarán a nuestra misma existencia.
Afortunadamente se mantienen aún diversas iniciativas llevadas a cabo por organizaciones sin ánimo de lucro en diferentes ámbitos. E incluso compromisos individuales y solidarios con los más desfavorecidos, como el de Pakita y sus compañeras Montse y Nuria.
Pakita es una mujer cordobesa, simpática y decidida que vive en Madrid y pasa largas temporadas en Oussouye, donde regenta un restaurante en el que da trabajo a varias familias que tutela y acoge. La conversación con Pakita en la terraza de Le Passager en las noches estrelladas de Oussouye hace que asomen los sueños de soslayo: buscar la oportunidad de vivir allí para ayudar, colaborar y, sobre todo, para aprender de esa gente el verdadero oficio de vivir.
Quizás África enamore, enganche como dicen los viejos marinos; entonces, Senegal cautiva como un amor que te invade y recorre haciendo suyos todos los anhelos, dando forma al deseo sin importar que, finalmente, devaste o esclavice. Eso sí por amor siempre, como hacen las mujeres somalíes.
Esta entrada ha adoptado el título de una excelente película de Caroline Link que vi hace poco, a la vuelta del viaje. Las imágenes de la entrada son de Isabel, el vídeo de Paco Ramos