Cuando todo esto pase. Escenarios para después de la pandemia

Hay respuestas diferentes para salir de las crisis y, siempre, tienen un sesgo económico. De esta manera, en 2012, la primera medida que adoptó el gobierno de Mariano Rajoy fue flexibilizar el despido y hacerlo más barato. Después vendrían todas las demás: la devaluación salarial, la austeridad, el rescate de los bancos, la protección de los grandes propietarios o la entrada de los fondos buitre en el mercado de la vivienda para desahuciar a miles de personas de sus casas, con las consecuencias que todos y todas de sobra conocemos.

Quizás se pueda decir con perspectiva que estamos viviendo, y lo seguiremos haciendo, una de las peores crisis sanitaria, económica y social de los últimos cien años. 

Esta crisis es un acontecimiento traumático sin precedentes, mayor que ningún otro por su dimensión geográfica. Va a haber un fenómeno masivo de pérdidas; trabajos, propiedades, referencias, cosas que tienen que ver con la identidad, para mucha gente su identidad laboral.  Pensemos en el turismo, la actividad fundamental de este país y una de las más importantes en la economía local motrileña y de la Costa de Granada.

La crisis que estamos viviendo nos está colocando frente al espejo de nuestra realidad como sociedad, como país, como personas. También como sistema político. Y será necesario aprender de lo que hemos vivido y actuar en consecuencia.

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La Conjura de los Medios

De Alberto Garzón sabemos poco de su esfera privada. Si acaso que es una persona joven y preparada. Un candidato interesante. Uno de los mejor valorados por los ciudadanos, en la calle, por la gente de a pié. Sin embargo, sí que sabemos que viene de lejos y que reclama una nueva constitución, un proceso constituyente desde abajo protagonizado por la ciudadanía, fruto del consenso ciudadano y no de las élites. Quizás por eso no sea de extrañar el ostracismo al que le condenan las grandes corporaciones mediáticas. Es el precio por ser de izquierdas. Es el castigo por querer un nuevo país en el que el poder no siga estando en las mismas manos, en las de los siempre poderosos.

Estamos inmersos, una vez más, en una nueva campaña electoral y asistimos, por lo tanto, a uno de los espectáculos más deplorables de la política entendida como un mero mercadeo en el que todo vale –incluso la indecencia– por un puñado de votos. En este escenario, los medios de comunicación tienen un papel determinante. Son los responsables de organizar el espectáculo como si de un festival se tratase: nuevos formatos televisivos, debates telemáticos, entrevistas íntimas… Pero no todos los candidatos son los elegidos. Los medios deciden y proponen a quiénes hay que votar y, sobre todo, a quiénes no. Esta circunstancia no es nueva, pero en esta campaña mediática resulta especialmente llamativa la exclusión que, sobre todo, los grandes medios de comunicación han decidido sobre el candidato de Unidad Popular–Izquierda Unida, Alberto Garzón.

rajoy-bertin-mejillonesLos medios de comunicación son empresas informativas, empresas privadas. Cada vez más empresas y, desafortunadamente, menos informativas. Su finalidad, como la de cualquier otro negocio, es la obtención de beneficios y su maximización. Hasta no hace demasiado tiempo esa lógica empresarial tenía un importante matiz: los medios además, por definición, debían cumplir una función social: la de informar. Ya no es así. La profesión periodística ha sido arrasada en aras del negocio. Al fin y al cabo, los medios son uno de los pilares centrales de la preservación del sistema.

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Yo no soy racista, pero…

La generosidad y la solidaridad es lo que más grandes hace a los pueblos porque contribuyen a conformar la verdadera identidad de un país que permanecerá a lo largo del tiempo. Mucho más que las campañas de imagen como la fallida acerca de la «Marca España» debido a su impostura.

En los últimos dos años se ha disparado el número de refugiados y desplazados en el mundo y han empezado a llegar a Europa, donde se esperan 900 mil en 2015. Se trata de la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

Ha sido necesario que las imágenes del horror entraran en nuestras casas para que se tomara conciencia de una realidad que no ha dejado de estar presente en la construcción de nuestro mundo: las guerras siempre han causado estragos y, lamentablemente, no hay perspectiva de que acaben a corto plazo.

Pero, hasta ahora, el problema era de otros, estaba en países lejanos. Sin embargo, en los últimos años el Mediterráneo se ha convertido en una tumba para miles de refugiados que intentan acercarse y compartir nuestra libertad.

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En nuestro país, en nuestra ciudad, como en la mayoría de países y en muchas ciudades europeas, se están produciendo movimientos de solidaridad, aunque también existen actitudes xenófobas que se oponen a la acogida de refugiados. Se trata de una solidaridad emocionante, pero también de un egoísmo indignante quizás alimentado por el miedo al otro, por la desconfianza y, también, por la mezquindad con la que los gobernantes y poderosos imponen sus criterios y su modelo de vida deshumanizado.

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No tengo dinero, pero tengo amor

Mientras que las calles se visten de iluminación navideña, los parados, los pobres, los más desfavorecidos, van del comedor social a sus asuntos, del banco de alimentos a la cola del paro, de la puerta del colegio de los niños a casa de los suegros. De la tristeza al desaliento, cuando no a la desesperación. Y así van viviendo. Y así, tratarán de convencernos, tienen que vivir.

Nuestros gobernantes se empeñan en consolidar el discurso del crecimiento económico actual y de sus previsiones futuras, halagüeñas, según ellos. Somos líderes en crecimiento, campeones de la recuperación, un ejemplo de cómo se sale de la crisis para toda Europa. La crisis ya es historia, sentencian sin pudor.

Sin embargo algo falla: según un reciente informe de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), España es el país desarrollado en que más sube la desigualdad. La realidad no cuadra.

Una de las principales causas es el aumento del desempleo en las rentas más bajas, aunque tampoco haya que perder de vista que, según señala este informe, los españoles y españolas han visto cómo sus salarios se han reducido aproximadamente un 6% desde 2009. –Curiosamente, desde 2007 la productividad en España no ha dejado de incrementarse (al rededor de un 8% acumulado)–.

El aumento del desempleo en los últimos cinco años ha resultado imparable, alcanzándose cotas indecentes.  A pesar de ello, el gobierno y sus adalides, entre ellos, muchos medios de comunicación celebran, por ejemplo, que la tasa de paro en España baja por primera vez desde 2011 del 24% (EPA 3T). Es un buen dato, se nos dice, porque en un trimestre el número de parados disminuyó en 195.200 personas y, así las cosas, la cifra total de desempleados en España está en 5,428 millones de personas. Por lo tanto, estamos en la buena dirección, nos cuentan, y las reformas estructurales emprendidas están dando sus frutos. Ya ven.

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Formación para qué

En estos días se vuelve a hablar de formación, pero no de los procesos de aprendizaje y su importancia para las personas y para las empresas. No de las oportunidades que el entorno digital y social ofrecen para adecuar esos procesos a las necesidades reales de unos y de otras. No.
Se habla de los escándalos de la formación. De la mala utilización de los cuantiosos recursos públicos destinados a la formación para el empleo, cuando no del desfalco y de la estafa aprovechando los dispositivos de un sistema arcaico y alejado de la realidad.

No es nuevo. El recorrido del sistema de formación profesional para el empleo en España está jalonado de escándalos, casos, controversias, ataques y defensas, propuestas para su modificación, peleas por el control de los fondos, sentencias de los tribunales en diversos sentidos; declaraciones grandilocuentes e impostadas. Muchas sombras. Y también algunas luces… En cierto modo, toda esta situación no es más que un dejavu que se viene produciendo desde hace más de veinte años.

Las reacciones suelen ser idénticas: titulares, programas de radio, conocimiento de casos llamativos, escándalo, denuncias, defensas numantinas, promesas de reformar el sistema…, Pero nada. Como en tantos otros asuntos, el desistimiento y la conformidad lo dejan todo como estaba. Y hasta la próxima.

A los actores institucionales parece que este sistema no les ha ido mal. Desde 1992 todos los gobiernos, uno y otro signo, han bendecido los acuerdos entre patronal y sindicatos para gobernar un modelo complejo de ayudas y subvenciones que han hecho de la formación una rutina administrativa, de catálogos de cursos de dudosa utilidad en muchos casos que, además, requiere de complejas y abultadas estructuras para su gestión.

Sin embargo, en los dos últimos años las dificultades para mantener este sistema están siendo mayores. El gobierno, a pesar de los anuncios, finallmente ha pasado de puntillas por el aparato de gestión, pero ha apuntado donde más duele: reduciendo los recursos destinados para la formación, modificando la distribución de los fondos y consolidando un sistema de reparto que asegura unos mínimos de gestión para los administradores del sistema (patronal y sindicatos).

La reducción de los recursos que gestionan los agentes sociales ha tenido efectos colaterales: deja fuera, en la mayor parte de los casos, a  empresas y centros de formación que, ante la imposibilidad de acceso al sistema, habían acomodado sus estructuras para subcontratar la formación que aquéllos no podían atender directamente, estableciendo una relación de dependencia arriesgada y casi siempre cautiva. Y en algunos casos, dando lugar a entramados empresariales ficticios para captar las subvenciones.

El sector de la formación, que creció y se consolidó a los pechos del sistema ahora, de este modo, se ve vapuleado con la consecuencia de que muchas empresas, centros de formación y  consultoras están siendo condenadas a su desaparición y a una ruina que paradójicamente contribuye a la destrucción de empleo.

edificio Fundación Tripartita

Las estructuras de formación de patronal y sindicatos tampoco están siendo ajenas a estas circunstancias, aligerándose y adelgazando a través de Eres y otras medidas amparadas por la  denostada reforma laboral. Sin embargo, la estructura administrativa del Estado mantiene intacta la Fundación Tripartita como instrumento de referencia. Una organización monolítica dotada de importantes recursos humanos al servicio del SEPE (Servicio Público de Empleo), el amo del calabozo de la distribución de los recursos económicos a organizaciones empresariales y sindicales y a comunidades autónomas.

Mientras tanto, los certificados de profesionalidad –la esperanza blanca del sistema, el elemento que por fin daría valor a esta formación, su seña de identidad– van regulándose lentamente e implantándose con parsimonia, debido a sus rígidos requisitos y especificaciones y a la necesidad de realizar importantes inversiones para su adaptación y desarrollo por parte de las empresas y centros de formación.

Formación para aprovechar las oportunidades

A la vista de lo anterior, convendría responder a la pregunta  que encabeza esta entrada. Formación, para qué. Y coincidir en una respuesta unívoca, clara y sin matices, alejada de los discursos retóricos y que no implique justificar la necesidad de la formación para las personas y las empresas (porque es evidente).

Las respuestas no deberían ser complejas: formación para aprender, para contribuir, para compartir, para innovar, para progresar, para hacer las cosas mejor. Formación para aprovechar las oportunidades.

Si las respuestas no van en esa dirección, será mayor, incluso inevitable, el riesgo de que los recursos públicos para formación (que aportan empresas y trabajadores) se diluyan y se esfumen, liquidándose otro de los derechos ganados en los últimos tiempos para procurar vivir y trabajar en mejores condiciones.

El aviso a navegantes lo ha dado, como en tantas otras cosas, la avanzadilla del gobierno de la Comunidad de Madrid con la decisión de su turbio presidente de suspender las ayudas a la formación en ese territorio ante su incapacidad para controlar el destino y el buen fin en el uso de esos fondos — o por amparar esa utilización espuria–.

Atentos.

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Indecencia

Se acabó el Tour, se va agotando el efecto ‘las cervezas son para el verano‘ que anticipa e idealiza nuestras posibilidades de disfrute vacacional y en éstas, el presidente del Gobierno de España considera oportuno comparecer en sede parlamentaria el primer día de agosto para explicar diversas cuestiones de interés, entre otras las referidas a la ‘falsa alarma social’ que los dirigentes de su partido entienden que se está intentando provocar con el presunto ‘Caso Bárcenas’.

La noche anterior me acosté con la palabra en la cabeza; es que me lo temía. Y cuando me levanté, efectivamente, estaba ahí: indecencia.

indecencia

1. impureza, inmoralidad, deshonestidad, desvergüenza, obscenidad, procacidad, grosería, porquería. | Antónimos: moralidad 

2. canallada, cerdada, guarrada, cochinada, jugada, putada. | Antónimos: delicadeza

Diccionario de sinónimos y antónimos © 2005 Espasa-Calpe

La decisión de comparecer ‘a iniciativa propia’ ya anunciaba la desvergüenza de las intenciones del presidente y de su grupo parlamentario, pretendiendo obviar una situación que escandaliza a cualquier ciudadano mínimamente razonable de aquí, y a cualquiera — aunque tenga una capacidad de discernimiento limitada– de cualquier país europeo, americano o africano.

Una respuesta indecente

Las intervenciones del presidente, tanto la inicial como las que correspondieron a sus réplicas, fueron un ejemplo de inmoralidad: declaró que se había equivocado, esperando la absolución de los ciudadanos después de ese acto de reconocimiento y supuesta contrición, como si se confesara con su cura párroco. Me equivoqué, ya está. Y qué?. [Ventajas de ser católico practicante].

#findelacita Rajoy

En el caso de que fuera cierto, que sabemos que no lo es, una equivocación de esta magnitud medida en los millones de euros que ha supuesto, reclamaría algo más que palabras. Las decisiones públicas equivocadas no pueden tener coste cero, como si no fuera con los dirigentes políticos asumir las graves consecuencias de sus malas decisiones.

Resultaron obscenos cualquiera de sus argumentos o porquerías: desde aquellos que se referían al avance por la senda de la recuperación económica gracias al proceso reformista emprendido y la renovada confianza de los mercados en la economía española, hasta el anuncio de  un nuevo dato positivo de empleo, demostrando la eficacia de la reforma laboral encomendada a la virgen de Fátima. Unos resultados que dejan la cifra de paro sólo con 600 mil parados más de los que había en noviembre de 2011, cuando el Partido Popular se hizo con el poder (político).

Fueron groseras sus citas, un ejercicio infantil de asesores y fontaneros pretendiendo situar el debate en el terreno de los gabinetes. A ver quién es más listo, más ingenioso, quién se documenta y maneja mejor las fuentes. A ver a quién sacamos los colores, como si el jueguecito importara o hiciera gracia a alguien que no sean sus iguales, sus militantes, adeptos o acólitos.

Finalmente, también hubo espacio para que el presidente demostrara su deshonestidad.
Se cobran sobresueldos y complementos, claro que sí; razonables y justificados por las responsabilidades orgánicas y políticas ejercidas; se ha tenido acceso a créditos sin intereses, se compensan económicamente pérdidas de beneficios de actividades privadas… Y qué; todos lo hacen.

Por qué no, también, en este tiempo de espanto en el que la crisis se desvela como un eficaz instrumento del capitalismo.

Y qué, si a los ciudadanos se les despoja de sus empleos y se les cercenan sus derechos.

Por qué no en estos tiempos infames donde las maquinarias del poder se empeñan en propagar la especie de que no es posible una educación pública de calidad. Menos aún, una asistencia sanitaria digna y universal; imposible de todo punto atender la dependencia, condenando a un dolor adulto a las familias más frágiles.

Qué mas da si en este tiempo terrible se cava la tumba de la prosperidad del futuro, abandonando proyectos científicos y políticas de investigación, arrinconando a las universidades públicas.

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Qué importa, si en este tiempo oscuro se quiere robarnos, también, los sueños que nos regalan el cine, el teatro, los libros, las iniciativas culturales.

Para completar este recorrido por la indecencia, al presidente le faltaba acudir a la procacidad. Y a ella recurrió para escupir las miserias de los demás y así justificar las suyas. Acusó a los que se le oponen de socavar la imagen de España y de tirar por tierra el prestigio ganado al anunciar una posible moción de censura. Eso no se hace, seamos patriotas. Amigos y ciudadanos, mejor calladitos, que perjudicamos nuestra imagen.

Pero qué imagen de España

Quizás a la que contribuye la monarquía representada por un rey medieval que en sus viajes de negocios reclama a otros monarcas medievales gestos generosos para sus súbditos que se concretan en indultos a pederestas convictos. Un rey caduco y anacrónico incapaz de reclamar el respeto a los derechos humanos al monarca amigo, al sátrapa que condena al pueblo saharaui a refugiarse en el infierno de la hammada argelina.

Eso es España, y esa su imagen proyectada, que no necesita polémicas internas para resultar tan penosa como lo es.

Pero faltaba hacer el resumen, poner el colofón. Y ahí estaba el portavoz popular, Alfonso Alonso, que lo hizo y a la vez, pareció reclamar su sobre-sueldo. Son asuntos de familia, vino a decir y las familias (políticas) no estamos para tirar cohetes, ¿verdad colegas?

En el polo opuesto de la indecencia están la moralidad y la delicadeza, que no aparecieron por ningún lugar a lo largo de la comparecencia, a pesar de los vanos intentos de los representantes de la Izquierda Plural y de otras fuerzas minoritarias.

Cuándo nos atreveremos no sólo a reclamarlas, sino a imponerlas. Cuándo.

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