En Las Sinsombrero, Tania Balló recupera y muestra las historias olvidadas de las mujeres que formaron parte de la Generación del 27 y que fueron víctimas de la masculinización de lo intelectual, un mal endémico de la historia, como señala la autora. La obra de ellos volvió, se reconoció y se incluyó en los libros de historia. La de ellas sigue, 90 años después, sin formar parte de la nómina de creadores que les pertenece. El exilio, unido al hecho de ser mujeres, las llevó a la invisibilidad.
Eran compañeras de Lorca, de Dalí, de Alberti. Eran las mujeres que en el Lyceum Club Femenino (fundado en 1926 por María de Maeztu) crearon un espacio propio en la sociedad y lo tomaron sabiendo que era suyo. Un espacio enterrado, como tantos otros en 1939, para acabar con sueños de libertad e igualdad.
En Las Sinsombrero, Tania Balló recupera y muestra las historias olvidadas de las mujeres que formaron parte de la Generación del 27 y que fueron víctimas de la masculinización de lo intelectual, un mal endémico de la historia, como señala la autora. La obra de ellos volvió, se reconoció y se incluyó en los libros de historia. La de ellas sigue, 90 años después, sin formar parte de la nómina de creadores que les pertenece. El exilio, unido al hecho de ser mujeres, las llevó a la invisibilidad.
Sin embargo, las mujeres existieron, crearon y triunfaron como poetas, pintoras, novelistas, ilustradoras, escultoras y pensadoras de enorme talento. A través de su arte y activismo desafiaron y cambiaron las normas sociales y culturales de la España de los años 20 y 30.
Las Sinsombrero hace referencia al gesto que protagonizaron Lorca, Dalí, Margarita Manso y Maruja Mallo de pasear sin sombrero por la Puerta del Sol en Madrid para dejar salir sus ideas, sus inquietudes. Un desafío a los convencionalismos sociales, una transgresión en la indumentaria como forma visual de mostrar en sociedad la confrontación con lo establecido y el rechazo a las costumbres impuestas, que mereció todo tipo de insultos y descalificaciones.
En estos tiempos adversos en los que tantas trabas se pone a la cultura para todos penalizando su acceso –el IVA cultural en este país es el más elevado de toda la Unión Europea con mucho, y los precios de libros, conciertos y espectáculos en ocasiones resultan prohibitivos–, las bibliotecas públicas deberían ocupar un lugar central y luminoso en nuestras ciudades, en sus barrios, en las calles y en las plazas. Pero no es así. Las bibliotecas languidecen y sobreviven en muchas ocasiones por el empeño vocacional, la creatividad y el compromiso de los bibliotecarios. Un perfil que algunos quisieran en extinción y que tanto tiene que ver con el de los viejos libreros.
El verano es tiempo de lectura. Parece que en verano leemos más, se lee más. Quizás lo hagamos intentando recuperar el tiempo que durante el resto del año por la premura de los días, por las derrotas de las noches, no hemos podido dedicar a la lectura. También, sobre todo, porque la placidez del verano invita a la lectura: los días luminosos, las horas más lentas, las noches amables…
Los días de verano son propicios para recuperar el placer de la lectura, ese hábito mentalmente saludable, incluso vicio íntimo, solitario –que no nefando– que nos lleva de la mano, normalmente, hasta el amor y el gusto por los libros.
«Presentar la vida como escenario de un pacto laborioso entre el sueño y la realidad, entre los estragos del tiempo y lo incierto del futuro».
Señala José Carlos Mainer como uno de los retos del entonces inicial escritor Ignacio Martínez de Pisón; además de construir personajes a través de su ausencia.
Lo hace en el excelente Tramas, libros, nombres. Para entender la literatura española 1944-2000, una historia de nuestra literatura reciente que es, a fin de cuentas, un modo de lectura, un volver a contarlo.
Una invitación a seguir siendo lector de sus tramas, de sus libros, de sus nombres.
Any detesta encontrarse a alguien conocido en el bus que le lleva cada mañana a la oficina. Siempre va leyendo y le incordia que la fastidien ese tiempo en el que no solo no puede haber nada mejor que hacer sino que, además, le permite enredarse durante un buen rato en otros mundos, vidas y personajes que la absorben y la ayudan a tolerar con dignidad la mañana tediosa que le aguarda.
Me gustan las lectoras tanto como me gustan las sorpresas.
Lectoras de película. Melanie Laurent en Malditos bastardos
Por mi querencia por los libros siempre me interesaron las mujeres que leen y, sobre todo, me interesó lo que leen. Tengo en el recuerdo guardadas con mimo primeras conversaciones provocadas por un libro llevado bajo el brazo, sacado de un bolso, o leído con parsimonia en el asiento de al lado. Conversaciones que se quedaron ahí o que se sucedieron despertando la curiosidad y el interés por la lectora: si está leyendo Bajo el Volcán, esa mujer, de algún modo, puede reconocer y saborear, incluso, el rumor de la desmesura, del exceso, del riesgo de transitar por cualquiera de los límites que se dibujan con la complicidad de la literatura.
Nacen amistades compartiendo el gusto por los libros, también por la música, por el cine. Se viven pasiones, a veces. Porque el arte es una promesa que nos ayuda a dar sentido a la realidad, a hacerla más comprensible y nos invita, a la vez, a transgredirla.
Siempre me fascinaron las lectoras, sus lecturas y sus libros; sus gestos, su actitud entregada o distraída, sus dedos enredados en papel amigo más que en líquida pantalla. Y nunca han dejado de hacerlo con independencia de mi obsesión lectora.
Mujer leyendo es la fotografía de un momento, de un instante, un retrato de la entrega a la lectura; la expresión de un intenso deseo que comparto con Andrés Neuman:
…| Quién pudiera de ti recibir esos ojos
con el mismo deseo, con idéntica hondura.
Eres lo que hace falta. Belleza meditando.
Carne con su temblor y su sintaxis.…|
Afortunadamente, las mujeres leen más y quizás con distinta intención que los lectores. Con menos trascendencia, creo yo, pero con la espontaneidad, la naturalidad y la soltura con la que hacen tantas otras cosas. No es extraño por eso que sean mujeres las que más leen en los buses, en los parques, en las salas de espera o en el metro dando cierto aire de carnalidad a sus vagones.
Entiendo por qué leen más las mujeres si como dice Leila Guerriero, los libros son una forma de decir no me confundan. Ésta soy yo. En estas cosas creo. Ésta es mi patria. Si comparto con Vila-Matas que el viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen tolerancia, espíritu libre, capacidad de emoción inteligente, deseos de comprender al otro. Si acepto, como cuenta García Montero, que el acto de leer delimita un espacio propio, un reino singular de soledad y absoluta pertenencia.
Escribir es un pálpito, es impulso, es pasión y aventura. Leer, entonces, es puro placer, un ejercicio de soledad compartida, una forma de rebelión y de independencia con la voluntad de cambiar el mundo, porque la literatura habla un lenguaje distinto, no opresor, muy diferente al resto de los lenguajes perversos que nos esclavizan con sus tiranías cotidianas. Una elección sin retorno: sin lector, sin lectura, sin entrega, el libro calla y habita una suerte de inexistencia.
Mujeres que leen, mujeres que duermen. Jot Down Magazine
Leo por placer, contemplo a quienes leen con placer e imagino el placer de sus lecturas. Quizás tenga razón Manguel y al fin y al cabo, todos somos un lector único, en medio de otros que comparten nuestra misteriosa devoción.
No solo por esto, las mujeres que leen me resulten sexys. No debería extrañar: leer es un festín de los sentidos y el gusto por la lectura y por los libros es un destello de inteligencia. Todo sumamente erótico. Nada es casual.
En este tiempo mezquino de gobernantes miserables , la cultura, como la educación, es tratada con desdén y abierta hostilidad. Por algo será. No se quieren espíritus libres ni ciudadanos con capacidad crítica que puedan cuestionar con la palabra y con sus actos este sinsentido. Si acaso se pretende que se espere, en silencio, la llegada del mecenas.
Por eso conviene reclamar la emoción de la lectura como un sentimiento colectivo en estos tiempos propicios para el egoísmo y la insolidaridad. Y la pasión por las lectoras como una espita que ilumine la esperanza de una vida más amable y con sentido; una vida mejor. De su mano. De la de ellas. Porque el futuro tiene que ser mujer, sin dudas.
Esta entrada está dedicada a todas las lectoras: obsesivas, indolentes, inconstantes, desmedidas, apasionadas, discretas… Especialmente a Sara G. reciente nueva lectora a la que adoro.