27 de septiembre, AL ALBA

Cuarenta años después de aquellos fusilamientos, las huellas y las sombras del franquismo permanecen indelebles a través de algunos de sus símbolos y, sobre todo, en modos de pensar y en patrones de comportamiento. Un logro exitoso resultado de una estrategia planificada y comprometida por las élites militares, institucionales, económicas y religiosas que ocuparon el poder en beneficio de sus intereses durante buena parte de nuestra historia reciente.

De este modo, a estas alturas del siglo XXI España continúa siendo el segundo país del mundo en número de desaparecidos, detrás de Camboya. Todavía quedan cerca de 150 mil muertos clandestinos en fosas y cunetas que condenan a sus familiares y a la sociedad en su conjunto a una situación triste e inhumana.

En Hoyo de Manzanares, una pequeña localidad al noroeste de Madrid, los primeros días de otoño anuncian sin timidez la llegada del invierno. Al fondo, los perfiles de la sierra de Guadarrama se muestran en todo su esplendor. Hoy todavía, además de un plácido lugar de vacaciones, su término municipal cuenta con diversas instalaciones militares (sobre todo, campos de maniobras, algún polvorín y retenes de guardia). No lejos de allí se levanta el Valle de los caídos, el mausoleo que glorifica el franquismo, un monumento insólito e impensable en cualquier sociedad civilizada.

albaEn uno de esos recintos militares, cuando despertaba aquel 27 de septiembre de 1975, al alba, un pelotón de soldados voluntarios fusilaba a tres jóvenes antifranquista (los otros dos lo fueron en la prisión de Burgos y junto al cementerio de Collserola, cerca de Barcelona). Fueron los últimos de los muchos ejecutados por el régimen de Franco, un dictador que ocupó el poder haciendo del terror su principal argumento y se despidió del mismo modo, dejando su impronta en un paredón de fusilamiento. Muchos creyeron que se trataba de uno de los últimos estertores del franquismo, una dictadura que agonizaba. Pero se equivocaban.

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#AgurETA, alegría y desconfianza

El jueves 20 de octubre muchos nos fuimos a dormir con un puntito de alegría contenida que no teníamos la noche anterior cuando nos metimos en la cama. Otros muchos lo hicieron con la sensación de  ese alivio que precede al  sosiego y a la tranquilidad que no habían sentido desde hace muchos, demasiados años. También hubo quienes cogieron la cama con desprecio y rencor, con los mismos que dan sentido cotidiano a su relato y que configuran los rasgos con los que han construido sus personajes. Finalmente muchos, quizás una inmensa mayoría, se acostaron como cualquier otro día:  con sentimientos íntimos de derrota o de esperanza, con el hastío de un rutina antigua o con el roce de su modesta felicidad secreta, irrelevante para los demás, seguramente. Ajenos a una realidad que no comparten.

Las portadas de la prensa de la mañana siguiente reflejaban algunos de estos estados de ánimo. No todos, claro. Los medios deciden qué interesa y qué es noticia desde sus propios intereses y consideraciones. En cualquier caso, con la perspectiva del tiempo las primeras páginas de los diarios alcanzan en algunas ocasiones categoría de iconos que capturan detalles y momentos con precisión y matices que no logran alcanzar las crónicas históricas.  Y quizás las portadas del día 20 de octubre pasen a tener un hueco en esa categoría.

Los días posteriores al anuncio de ETA del cese definitivo de su actividad armada, los medios han desplegado todos sus recursos para situar la noticia en su contexto: orígenes de ETA, trayectoria, atentados, víctimas, momentos relevantes de la lucha antiterrorista; análisis y encuestas. Ha habido de todo y muy interesante, porque los medios encuentran en circunstancias como ésta todo su sentido.

Me gustaron mucho el reportaje de Ángeles Afuera,  La historia de medio siglo de terrorismo, en la SER y el Salvados de Jordi Evole en La Sexta, #reiniciareuskadi, que hizo un despliegue de frescura, de agilidad y de honestidad informativa y profesional. En el programa de El follonero hubo momentos, imágenes y situaciones impagables, como el comentario de Eguiguren: para la economía y para todo, la paz es la inversión más rentable.

Forges, Fin de ETA

Con independencia de la alegría de unos, de la desconfianza de otros y de la indiferencia de algunos, el abandono de la lucha armada por parte de ETA supone  la construcción de un nuevo escenario que puede permitir resolver el conflicto, sea este el que sea, en términos políticos. A partir de ahora queda una tarea compleja, muy compleja. Es el momento del talento y de la generosidad: se trata de cerrar heridas, de restaurar la convivencia, de conducir las reivindicaciones y el debate por el espacio político e institucional.

No se puede olvidar que el terrorismo de ETA ha tenido y sigue teniendo una alta rentabilidad política para algunos, para los que necesitan de la amenaza y de la sangre para construir argumentos, para los que han sabido instrumentalizar los sentimientos más atávicos y primarios  en beneficio de sus posiciones y de sus intereses. Para éstos, el odio siempre es rentable.

En el centro de esos sentimientos se coloca a las víctimas, su recuerdo, su memoria; el perdón que se les debe como la clave para comenzar a superar las consecuencias más dramáticas del conflicto.

Sin embargo, puede entenderse que, ahora, el mayor tributo a las víctimas puede ser que el abandono de las armas por parte de ETA sea irreversible: la paz mejor que la victoria; la memoria siempre, porque conviene no olvidar, mantener viva la memoria de las víctimas para que el relato de lo vivido destaque la injusticia del destino, la inutilidad de su coste. De otro modo, las heridas no cierran nunca y tarde o temprano vuelven a supurar.

Lo pienso así ahora y lo pensaba ayer, y lo creo para cualquier circunstancia histórica. Por eso no deja de llamarme la atención que quienes con más violencia política y mediática colocan a las víctimas por delante de cualquier otra consideración, sean los mismos que desprecian la memoria de otras víctimas del terror abandonadas todavía en las cunetas, en fosas comunes, rechazando su dignidad, su reconocimiento y su reparación porque no son sus víctimas.

Si de verdad, honestamente, queremos avanzar en el entendimiento, en la tolerancia, en la convivencia, no podemos enterrar la memoria de las víctimas, de ninguna de las víctimas del terror que a lo largo de nuestra historia reciente han sido.