Muchos años después, gracias Gabo

Se fue Gabriel García Márquez en una muerte discretamente anunciada. Y por una vez, el espacio ocupado y la tinta derramada ante la desaparición de una personalidad pública, no me parecen exagerados. Ni impostados e insinceros los reconocimientos, comentarios y trabajos periodísticos de medios, articulistas, escritores y agencias informativas.

Claro que, desde que cayó en mis manos la edición del Círculo de Lectores de Cien años de soledad, hace tantos años, me sentí cautivado por el escritor colombiano.

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Cautivo y desarmado sigo, tantos años después, ante la irremediable magia de sus palabras y la arquitectura de sus tramas. Por eso, muchos años después, sigo dedicando mi retorno  a la lectura de esa historia inicial e inabarcable,  al menos una vez al año. Como a un dios pagano.

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Extraños en el paraíso

Cuesta entender la invasión sin grietas de la muerte en nuestro entorno más cercano, a pesar de aceptar su presencia infalible y la inevitabilidad de su aparición. Nos defendemos como podemos, pero cuando nos alcanza cerca experimentamos muchas de las dimensiones del dolor y nos aproximamos a las sensaciones del vacío, a pesar de que nos empeñemos en cavar zanjas para evitar el olvido.

Las muertes cercanas nos desarman, nos desarbolan. Otras muertes nos conmueven, nos conmocionan o nos sorprenden por lo inesperado, por sus circunstancias, porque se llevan alguno de nuestros referentes o de nuestros personajes más queridos; esos que nos han ayudado y nos ayudan a entrever los perfiles de la realidad, los matices de la vida. A disfrutar de ilusiones o a adquirir conciencia de su sinsentido. Muertes públicas de diferente alcance en función del personaje y de la agenda de los medios.

La semana que hoy termina comenzó sin Carlos París y sin Philip Seymour Hoffman, que se fueron de diferente modo, con distinto ruido, ocupando espacios informativos dispares.

Carlos París

Me dolió la muerte de Carlos París, no sólo porque le conocí a través de su hija Inés en tiempos remotos, casi de la infancia, sino, sobre todo, por sus cualidades de pensador y por su compromiso coherente hasta sus últimos días. Por su modo de entender la intervención en la realidad de los intelectuales, de su papel en sociedades injustas. Su labor en la Academia, su producción científica, su compromiso político, su empeño en abrir nuevos espacios de reflexión, de pensamiento y debate en el Ateneo de la calle Prado, señalan la trayectoria vital de un hombre de su tiempo, honesto y cabal que siempre supo cuál era el sitio que le correspondía.

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El año vivido

Lo vivido, las cosas que he hecho en este último año han ido en esta dirección: asentarme, reconocer el terreno y tantear algunos senderos para saber por dónde hay espacios de los que poder disfrutar.

Estos suelen ser momentos de listas, resúmenes y balances, aunque yo no sea muy partidario. Quizás por mi modo de hacer casi siempre desordenado, impulsivo, incluso caótico, que cualquier mirada más o menos atenta pone en evidencia. Pero reconozco lo interesante que puede resultar re-pasar y re-pensar lo que se ha hecho durante el tiempo que va quedando atrás y procurar ver dónde nos han llevado esos días, esos momentos que nos han traído hasta hoy. En cualquier caso, algunos, los más personales, me encantan por lo que suelen encerrar.

El año que ha terminado se va dejando trazado un nuevo escenario en el que, a partir de ahora, se desarrollará el teatrillo de mis días. Un nuevo lugar para vivir, otras condiciones para trabajar.

Este año me he trasladado a vivir a un lugar hermoso. Al inicio de la primavera la intensidad de Madrid se fue quedando atrás para acercarme a las tierras del Sur, al borde del mar de Granada con el propósito de buscar y encontrar perfiles más leves en los días, un tiempo más sosegado, un discurrir menos exigente. Otra luz. Otros afectos.

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Y con Madrid se quedó también la actividad profesional que venía desarrollando en los últimos años. Muchos sentimientos, compañeros y compañeras, amigos; la zona de confort. Pero también el desgaste de la vida, el hastío y el desánimo de no poder compartir un proyecto antes querido, pero ahora lejano y amargo para mi. Llegó mi hora quizás para buscar otros caminos que abriguen las condiciones de la ilusión.

Lo vivido, las cosas que he hecho en este último año han ido en esta dirección: asentarme, reconocer el terreno y tantear algunos senderos para saber por dónde hay espacios de los que poder disfrutar.

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Álvaro Mutis, soñador de navíos

Un historia en la que los personajes hacen el amor con la lenta y minuciosa intensidad de quienes no saben lo que va a suceder mañana. Una historia de amor, la historia de amor que existe desde el principio de los tiempos, repetida al infinito sin perder su terrible sencillez, su irremediable desventura.

Llevaba semanas anclado en las proximidades del puerto y a la vista –borrosa- desde la orilla del mar. Sin lugar a dudas era un carguero, con el olor y el rumor de un buque viejo, de podridas maderas y hierros averiados.

Invariablemente, allí estaba; por las mañanas, cuando caminar por la playa es como despertar de un sueño de gaviotas, destacando sus colores de minio, como si quisiera brillar y llamar nuestra atención. Al atardecer, cuando el mar se deja ganar por colores dorados, pareciendo apagarse entre las brumas del final del día.  Allí estaba, modificando levemente su posición por mor de los vientos: ora mostrando la popa ora la proa, a veces orientado a babor, otras, las más, a estribor.

Enseguida pensé en Mutis y escarbé por los estantes para rescatar algunos de sus relatos. Más que las andanzas de El Gaviero, lo que ya me empezaba a parecer una visión me reclamaba otras historias más cercanas a su fascinación por los navíos y sus viajes que parece que desde siempre atrajeran a Alvaro Mutis, como una especie de testimonio de nuestro destino sobre la tierra, una metáfora de posibles vidas.

La última escala del Tramp Steamer

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El Fin del Verano

Aichatu Buyema Daiham llegó a nuestra casa el 28 de junio para pasar el verano con nosotros.  En Paz.

Llegó cansada después de un largo viaje desde el campamento de El Aaiun, en los campos de refugiados de Tinduf, donde desde hace más de 35 años sobreviven en el desierto argelino cerca de 150.000  hombres, mujeres y niños.

Aichatu llegó a Granada con otros 120 niños y niñas saharauis de entre 8 y 12 años para ser acogidos por otras tantas familias dentro del programa Vacaciones en Paz que desde hace años vienen organizando las Asociaciones de Amistad con el Pueblo Saharaui.

Aichatu llego cansada, despistada y triste. Quería volver al Sáhara. Añoraba a su gente. Lloraba bajito.

Sáhara Libre

Hoy ha vuelto a casa, feliz, radiante, sin mirar atrás, entusiasmada por volver a El Aaiun  con su familia y con sus amigas y amigos saharauis, donde entregará sus regalos mientras festejan su vuelta reunidos en su jaima, preparando y bebiendo el té, entonando canciones con bailes y palmas, riendo felices.

Para nosotros es el fin del verano.

Aichatu estaba feliz por volver al territorio inhóspito donde vive en unas condiciones hostiles porque allí está su casa, su pueblo, un país provisional construido con la dignidad de hombres y mujeres libres que no dejan de luchar cada día, sobreviviendo para volver a su tierra ocupada. Un pueblo que no ha renunciado nunca a soñar con el mar azul de Dajla y de Bojador en las noches de oscuridad violenta de la hammada argelina, el peor de los infiernos.

Durante estos dos últimos meses, hemos sido felices compartiendo con Aichatu nuestras vidas, disfrutando de sus ganas de vivir, de su alegría, de su curiosidad, de su capacidad de aprender con naturalidad, de su facilidad para adaptarse a nuestras costumbres y a nuestras maneras.

Hemos procurado que Aicha fuera feliz entre nosotros y que se llevara, sobre todo, un sentimiento cierto de que aquí siempre tendrá una casa, una familia, amigos y amigas, un país, si quiere.

Acoger en casa a Aichatu durante estos meses no ha resultado difícil, no ha sido costoso. El apoyo de los amigos y de las amigas, el cariño y la cercanía de otros niños y niñas, la actitud abierta y comprensiva de la gente de nuestro entorno ha facilitado las cosas. La solidaridad a veces se extiende con generosidad en los pequeños gestos, calladamente, sin altisonancias. Cada vez más, las posibilidades de intervención  para procurar modificar lo indeseable, lo injusto socialmente, están en lo que puede parecer insignificante, en lo  más cercano.

Eso sí, hemos recuperado forzosamente algunos territorios de la infancia: espacios de juegos infantiles, horas de merienda, bicicletas,  rituales de paseos, helados y chucherías… Pero sobre todo, hemos disfrutado del sabor de la ternura.

Aichatu quizás vuelva el año que viene. Quizás no. Quizás sobreviva un año más junto a su pueblo, esperando una solución política a una situación injusta que se prolonga penosamente. Quizás no.

Quizás vuelva con ese  sentimiento amargo de que la solidaridad, en su caso, más que la ternura de los pueblos es un compromiso material que tenemos por nuestra indecente responsabilidad con el destino de su pueblo.

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Los días venideros

[Un asunto personal]

Durante siete días he sido un habitante más del Hospital Básico General de Motril; aproximadamente 180 horas de estancia hospitalaria, casi todas ellas en la habitación 523 en la que me he ido recuperado, poco a poco, de un ‘fallo de sistema’.

No puedo decir que el tiempo haya pasado lentamente, ni que los días se me hayan hecho cuesta arriba: la urgencia por recuperarme, la rutina hospitalaria, la mejor compañía siempre a mi lado (tú) y el reguero del cariño constante de amigos y personas cercanas me han llevado de la mano hasta este #Día8 en el que he vuelto a casa.

Como digo, he ido mejorando poco a poco, haciendo las trampas adecuadas; al menos eso creo: mirando sólo a lo inmediato, a lo más próximo y cercano; posponiendo pesares y compromisos pendientes, aplazando deberes y renunciando a pensamientos trascendentes.

enfermedad

Durante estos #7 días he podido leer tranquilamente, rescatando antiguas sensaciones de lecturas de infancia y adolescencia, cuando la enfermedad tenía el aliciente de abrir un espacio inesperado a la lectura reposada, lenta y sin urgencias aunque, en ocasiones, febril. Cuando nos permitía disfrutar con delectación de historias complejas y adictivas, de contenido denso casi siempre, y detenernos en lenguajes prodigiosos creyéndonos pioneros mientras se afianzaba la creencia de que la única amante fiel en nuestra vida sería, siempre, la literatura.

La lectura tranquila y placentera se ha extendido, también, a las pantallas, picoteando con otro sentido, dejándome llevar por el lenguaje hipertextual, y seducir por el placer de la navegación a veces errática, sin condiciones y, sobre todo, sin el síndrome ansioso de las actualizaciones de Google Reader. ¡Ay!.
De este modo encontré una entrada conmovedora de Jordi Guillumet en Facebook, con motivo de la desaparición de Pere Formiguera, fotógrafo, creador, artista que me llegó a través de  Judith Gallimó .

El recuerdo se ilustraba, con inteligencia,  acierto y  sensibilidad, con un poema de Salvat Papasseit que resultó como una señal que vino a conformar mi actitud durante esos días de enfermedad. Y quizás (ojalá) de todos los siguientes.

En una traducción al castellano, torpe y sin pretensiones, reproduzco alguno de sus pasajes:

LA AÑORANZA DE MAÑANA

Ahora que estoy en la cama
enfermo,
estoy bastante contento.
– Mañana me levantaré quizás,
y esto es lo que me espera:

Unas plazas relucientes de luz,
y maceteros repletos de flores

bajo el sol,
bajo la luna al anochecer;
y la chica que lleva la leche
despreocupada,
con su delantal
bordado con encaje de bolillos,
y su risa fresca.
…/..

Y el cartero,
que si pasa y no me deja carta me angustia
porque no sé el secreto
de las otras que lleva.
…/..

Y las mujeres del barrio,
madrugadoras,
que van deprisa al mercado
con sus cestos amarillos,
en los que a su vuelta
sobresalen las coles,
y en ocasiones la carne,
y a veces cerezas rojas.
../…

Y toda la chiquillería del vecindario
ruidosa porque será jueves,
y no irán a la escuela.
…/..

Y el vino, que hace tantos días que no bebo
…/..

Y vosotros amigos,
porque me vendréis a ver
y nos miraremos felices.

Todo esto me espera,
si me levanto,
mañana.

Si no pudiera levantarme,
nunca más,
esto es lo que me espera:

– Vosotros quedaréis,
para ver lo bueno que es todo:
y la Vida
y la Muerte.

#Dia 8

Ahora ya en casa, me despierta el alba para que oiga amanecer: el rumor del mar en la playa cercana, el zureo de las palomas, la algarabía de los jilgueros, el silencio de las ranas en las charcas repletas; los sonidos discretos del trasiego en este lugar casi apartado.

El mar, la mar

Ahora ya es mañana y me enredo en su añoranza y sus perfiles, dejando de lado hábitos fútiles y orillando innecesarios estados de ansiedad. Dispuesto a transitar por la bondad de los días venideros.