[Un asunto personal]
Durante siete días he sido un habitante más del Hospital Básico General de Motril; aproximadamente 180 horas de estancia hospitalaria, casi todas ellas en la habitación 523 en la que me he ido recuperado, poco a poco, de un ‘fallo de sistema’.
No puedo decir que el tiempo haya pasado lentamente, ni que los días se me hayan hecho cuesta arriba: la urgencia por recuperarme, la rutina hospitalaria, la mejor compañía siempre a mi lado (tú) y el reguero del cariño constante de amigos y personas cercanas me han llevado de la mano hasta este #Día8 en el que he vuelto a casa.
Como digo, he ido mejorando poco a poco, haciendo las trampas adecuadas; al menos eso creo: mirando sólo a lo inmediato, a lo más próximo y cercano; posponiendo pesares y compromisos pendientes, aplazando deberes y renunciando a pensamientos trascendentes.

Durante estos #7 días he podido leer tranquilamente, rescatando antiguas sensaciones de lecturas de infancia y adolescencia, cuando la enfermedad tenía el aliciente de abrir un espacio inesperado a la lectura reposada, lenta y sin urgencias aunque, en ocasiones, febril. Cuando nos permitía disfrutar con delectación de historias complejas y adictivas, de contenido denso casi siempre, y detenernos en lenguajes prodigiosos creyéndonos pioneros mientras se afianzaba la creencia de que la única amante fiel en nuestra vida sería, siempre, la literatura.
La lectura tranquila y placentera se ha extendido, también, a las pantallas, picoteando con otro sentido, dejándome llevar por el lenguaje hipertextual, y seducir por el placer de la navegación a veces errática, sin condiciones y, sobre todo, sin el síndrome ansioso de las actualizaciones de Google Reader. ¡Ay!.
De este modo encontré una entrada conmovedora de Jordi Guillumet en Facebook, con motivo de la desaparición de Pere Formiguera, fotógrafo, creador, artista que me llegó a través de Judith Gallimó .
El recuerdo se ilustraba, con inteligencia, acierto y sensibilidad, con un poema de Salvat Papasseit que resultó como una señal que vino a conformar mi actitud durante esos días de enfermedad. Y quizás (ojalá) de todos los siguientes.
En una traducción al castellano, torpe y sin pretensiones, reproduzco alguno de sus pasajes:
LA AÑORANZA DE MAÑANA
Ahora que estoy en la cama
enfermo,
estoy bastante contento.
– Mañana me levantaré quizás,
y esto es lo que me espera:
Unas plazas relucientes de luz,
y maceteros repletos de flores
bajo el sol,
bajo la luna al anochecer;
y la chica que lleva la leche
despreocupada,
con su delantal
bordado con encaje de bolillos,
y su risa fresca.
…/..
Y el cartero,
que si pasa y no me deja carta me angustia
porque no sé el secreto
de las otras que lleva.
…/..
Y las mujeres del barrio,
madrugadoras,
que van deprisa al mercado
con sus cestos amarillos,
en los que a su vuelta
sobresalen las coles,
y en ocasiones la carne,
y a veces cerezas rojas.
../…
Y toda la chiquillería del vecindario
ruidosa porque será jueves,
y no irán a la escuela.
…/..
Y el vino, que hace tantos días que no bebo
…/..
Y vosotros amigos,
porque me vendréis a ver
y nos miraremos felices.
Todo esto me espera,
si me levanto,
mañana.
Si no pudiera levantarme,
nunca más,
esto es lo que me espera:
– Vosotros quedaréis,
para ver lo bueno que es todo:
y la Vida
y la Muerte.
#Dia 8
Ahora ya en casa, me despierta el alba para que oiga amanecer: el rumor del mar en la playa cercana, el zureo de las palomas, la algarabía de los jilgueros, el silencio de las ranas en las charcas repletas; los sonidos discretos del trasiego en este lugar casi apartado.

Ahora ya es mañana y me enredo en su añoranza y sus perfiles, dejando de lado hábitos fútiles y orillando innecesarios estados de ansiedad. Dispuesto a transitar por la bondad de los días venideros.