Como cada año, el verano se nos acaba viniendo encima. Avisando o sin avisar, cuando nos queremos dar cuenta nos vemos envueltos en el fragor del estío, en todo lo que tiene de bueno y en todo lo que tiene de malo: el aroma de las noches que insinúan promesas de otras vidas (im)posibles, el rumor del mar más cercano o el color y el tacto de nuestras pieles invitadoras al roce. Pero también, el eco ruidoso de la masificación, las carencias en servicios e infraestructuras de nuestra ciudad y de nuestras playas o, en fin, la mala educación ciudadana de buena parte de veraneantes, visitantes y habituales.

De cualquier modo, resistimos y año tras año, afortunadamente, podemos disfrutar con deleite de los primeros días del verano, cuando éste apenas se anuncia. Esos días que contribuyen a conformar un estado de ánimo que nos guiará por las calurosas jornadas de julio, nos llevará de la mano por las fragantes noches de agosto y nos dejará inmersos en la puerta de su final, en septiembre, un mes de nostalgia y de ligeras tristezas.