Terror en París. Acotaciones

Lo fácil, lo inmediato, lo políticamente correcto, la zona de confort desde la que nos dejan intervenir, es aceptar los marcos conceptuales que nos proponen para que pensemos en el elefante de la primacía de la civilización occidental y nos sintamos reconfortados cuando viralizamos que todos somos París, o a declaramos solemnemente que el dolor de Francia es el dolor de España. En fin.
Lo complejo, lo difícil, es lo que va más allá de los sentimientos y de las emociones. Salirse de las respuestas y de las venganzas a corto plazo. Lo arriesgado es buscar soluciones para acabar con las desigualdades, la inequidad y la injusticia con el principal objetivo de universalizar los derechos humanos a lo largo del planeta, por encima de cualquier otra consideración.

  1. La barbarie y el terror no dejan de conmocionarnos nunca. Sin embargo, pareciera que hayamos desarrollado mecanismos colectivos que nos permiten su asimilación a lo largo de la historia sin que aparezca la necesidad de buscar soluciones justas para que no se repitan. Y, también, para no preguntarnos por qué no dejan de hacerlo.
  2. Los 129 muertos en París no pueden tener justificación alguna, ni humana ni política o religiosa ni según cualquier otra consideración.
  3. París todosTampoco pueden tenerla los tres mil muertos de las Torres Gemelas (2001); los 202 de Bali (2002); los 171 en Irak; los 106 en Kerbala y los 65 en Bagdad (2004). Igual que los 191 que fueron asesinados en los trenes de cercanías en Madrid ese mismo año y  las 56 muertes causadas por explosivos en el metro de Londres en 2005, ni los 60 turistas muertos en hoteles en Amán (Jordania) y los 185 en tres suburbanos de Bombay (2006). Como tampoco los 250 al estallar cuatro camiones bomba en Nínive (Irak) y los 130 en Karachi en 2007. Los 165 en Bombay en 2008. Los 77 asesinados en Noruega en 2011. Los 126 escolares en Pecharvar (Pakistán) en 2014. Ni la masacre en Charlie Hebdo, ni los 147 muertes de Garissa (Kenia), las 38 de Túnez, las 102 en Ankara y los 41 muertos en Burch Barache en el Líbano; todos ellos en este año de 2015. Tampoco, desde luego, las víctimas de las guerras de Irak, Kuwait o Afganistán.
  4. Los muertos se hundirán en el cajón oscuro de la memoria colectiva, mientras que sus seres queridos los acomodarán en el recuerdo ténebre de su frustrada presencia. Si acaso su memoria —ni siquiera sus nombres— servirán de excusa y justificación para próximas venganzas con la misma determinación y frialdad con que actuaron los ejecutores de los seis atentados simultáneos en la sala de fiestas Bataclan, en la Terraza de Bonne Biere, en Saint Denis, en le Petite Camboyanne y en el Boulevard Voltaire. Pero, esta vez, en montañas lejanas de la vieja Europa.
  5. Convendría traer a escena y recordar episodios más o menos cercanos en los que no se han dejado de tomar decisiones geopolíticas y estratégicas desde la codicia, la rapiña o los intereses de las grandes potencias internacionales.: Palestina, El Sahara, Kosovo, Irak, Kuwait, Afganistán, Líbano, Siria… Escenarios abonados, todos ellos, para ser alimento adecuado del fanatismo y de la sinrazón.
  6. Los actos de guerra ya no son monopolio de los Estados. Ya no. En esta tercera guerra mundial a pedazos que parece que estemos viviendo, hemos aprendido a reconocer otros nombres del terror: Al Qaeda, Hezbollá, Estado Islámico o Daesh,… etc. que se erigen en avanzada de la venganza y de la Yihad.
  7. Lo fácil, lo inmediato, lo políticamente correcto, la zona de confort desde la que nos dejan intervenir es aceptar los marcos conceptuales que nos proponen para que pensemos en el elefante de la primacía de la civilización occidental y nos sintamos reconfortados al viralizar que todos somos París, o a declarar solemnemente que el dolor de Francia es el dolor de España. En fin.
  8. Lo complejo, lo difícil, es lo que va más allá de los sentimientos y de las emociones. Salirse de las respuestas y de las venganzas a corto plazo. Lo arriesgado es buscar soluciones para acabar con las desigualdades, la inequidad y la injusticia con el principal objetivo de universalizar los derechos humanos a lo largo del planeta, por encima de cualquier otra consideración.

A quién no interesa.

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